sábado, 16 de marzo de 2024

EL 11-M. LA VERDAD JUDICIAL, LA VERDAD POLÍTICA Y LA VERDAD QUE PERCIBIMOS.



 

 

  Parece mentira, pero han pasado 20 años desde los terribles atentados en los trenes en Madrid que sembraron de muertos y de heridos las vísperas de unas Elecciones Generales. La elecciones más anómalas y atípicas de nuestra historia, que vistas con la distancia transcurrida, casi todos piensan que no debieron celebrarse. También, en aquel momento hubo muchos que pensaron que se debían suspender y aplazar para evitar votar en medio de una situación tan convulsa y mediatizada por unos terroristas que, como todo acto de este tipo, entre sus objetivos esta el terror y condicionar, mediante el miedo, a la sociedad, como forma de hacer rehenes a los ciudadanos, sus decisiones y sus vidas. Como sin duda consiguieron en aquellos momentos trágicos. Porque todas las encuestas, absolutamente todas, daba por seguro ganador de aquellos comicios al Partido Popular, que tras 8 años de gobierno había conseguido recuperar la economía, introducirnos en el Euro y pasar a ser una nación influyente y decisiva en el “Concierto Internacional”, como demostraban las múltiples fotos de los encuentros al más alto nivel entre nuestro gobierno y el de las grandes potencias mundiales. Por cierto, fotos que escocían, y bastante, al PSOE y el resto de la izquierda nacional. 

 

 Era tan evidente que no se debían celebrar aquellas elecciones, en aquel ambiente, que el PSOE utilizó todos los medios a su disposición para tratar de evitar dicho aplazamiento, de una manera altamente sospechosa. Así, para ello, utilizó a directores de cine y cantantes para “acusar” al gobierno de tener un “Plan” para suspender los comicios del domingo siguiente a aquellos crueles atentados, cuando el gobierno, en su estado de aturdimiento y casi noqueado por los acontecimientos, no creo que estuviese pendiente ni siquiera de las elecciones. Y no solo se utilizaron a estos personajes de la vida pública para inducir y condicionar las decisiones del gobierno y de la Junta Electoral Central, lo más grave fue el acoso a la sede del partido del gobierno, en una convocatoria ilegal que se extendió durante toda la jornada de reflexión, previa a las elecciones. Y aunque, sabedores de la ilegalidad que estaban cometiendo y de las posibles consecuencias judiciales, se escusaban en la espontaneidad de la convocatoria, pero todos pudimos ver en aquellas concentraciones a los principales lideres de la izquierda, empezando por el propio Alfredo Pérez Rubalcaba y otros, que diez años después fueron conocidos a través de Podemos. Y, por supuesto, consiguieron su objetivo, que no era otro que alterar el “normal funcionamiento democrático” de un país, provocando un vuelco electoral y elevando a la presidencia del gobierno a uno de los políticos más siniestros e incompetentes de nuestra historia, solo superado por su correligionario Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

 

 Con aquellas bombas “premonitorias” se inició el periodo más aciago, desde el punto de vista político, de nuestra Historia Democrática, que fue el inicio de una ruina económica, previa negación de una crisis internacional que nos afectó de forma especialmente virulenta, arrojando al paro a una cantidad de españoles nunca vistos hasta entonces, que estuvimos a un paso de ser intervenidos por la Unión Europea y que provocaron los mayores recortes de gastos, especialmente sociales, de los últimos años. Y todo eso lo hizo el gobierno de Rodríguez Zapatero, aunque ahora la maquinaria publicitaria “progre” se lo adjudique al gobierno de Rajoy. Solo hay que consultar en las hemerotecas y redes sociales, las decisiones en Consejo de Ministros de mayo de 2011, en el que se congelaron las pensiones y se redujeron casi todas las partidas presupuestarias para personal y gastos sociales. También se puede ver el Pleno del Congreso de los Diputados en el que Rodríguez Zapatero tuvo que dar cuenta, en sede parlamentaria, de estas medidas “draconianas”.

 

 La prueba evidente de que aquellos hechos no fueron aclarados, ni policialmente, ni judicialmente, ni políticamente, ni desde el punto de vista de la opinión pública, es que después de los veinte años transcurridos, sigue habiendo opiniones para todos los gustos y se sigue utilizando, de forma espuria y manipulada, por unos y otros, como arma arrojadiza.

 

 En aquellos tiempos se llevaron a juicio a unos delincuentes “de poca monta” que difícilmente pudieron ser los que planificaron, organizaron y llevaron a cabo aquella serie de atentados, programados y sincronizados como sucedieron. Nadie ha dicho, aún, quienes fueron los autores intelectuales de aquellos atentados y las sospechas se siguen cerniendo sobre algunos servicios secretos extranjeros, con inevitables complicidades en el interior. Pero esa misma “maquinaria mediática”, siempre afín a los mismos, se ha encargado de señalar y estigmatizar a cualquiera que se atreviera a cuestionar, en lo más mínimo, lo que había detrás de aquellos atentados. Y en ese sentido, han conseguido que el centro y la derecha nacionales se arruguen, acobarden y se plieguen al “discurso oficial” de la izquierda. Y el mero hecho de plantear o plantearse preguntas y dudas sobre aquellos acontecimientos es suficiente para que te acusen de “fascista”, “negacionista” y cosas peores. Pero la realidad es que después de veinte años, y a pesar de toda esa maquinaria, la gente sigue teniendo las mismas dudas y sospechas que en los primeros tiempos, prueba evidente de que ni la investigación policial ni el juicio celebrado dieron respuestas ciertas, claras y contrastadas a aquellos terribles atentados, con sus 192 muertos y sus casi 2.000 heridos.

 

 Esperemos que, a partir de ahora, sean los profesionales e investigadores en la materia, los historiadores,  los que tengan accesos a los archivos judiciales y policiales, sin ninguna limitación por la Ley de Secretos Oficiales y nos vayan alumbrando, la VERDAD y solo la VERDAD, caiga quien caiga, máxime cuando ya han prescrito los delitos de las personas que participaron en aquellos atentados terroristas.

 

 Estos hechos y estas verdades oficiales y judiciales nos recuerdan al Juan de Mairena, de Antonio Machado, cuando decía: “La verdad es la verdad dígala Agamenón o su porquero”. A lo que contesta Agamenón.- Conforme. Y el porquero.- No me convence.

 

 Y no es que el porquero ponga en duda la Verdad del rey Agamenón, que no se atrevería. Ni siquiera duda del valor intrínseco de la afirmación. Lo que cuestiona el porquero es la forma y la intencionalidad al expresarse esa verdad. Quizás porque el porquero, con su sabiduría popular y anticipándose a Goebbels, ya sabe que una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad. Sobre todo, cuando el que la repite tiene el poder.

 

LUIS FARACO ROLDÁN