Desde siempre los dictadores han interpretado el apoyo del pueblo, bien sea en forma de voto o de victoria revolucionaria o militar, como una carta blanca para eliminar a sus “adversarios políticos”.
En los últimos tiempos “de democracia” estos dictadores no solo no han desaparecido sino que se han multiplicado y modificado sus métodos.
Antes de la era de internet utilizaban a “su tropa de estómagos agradecidos” para sembrar de octavillas y pasquines, con nocturnidad y cobardia, las calles del pueblo, atacando y calumniando a los que “decían la verdad” a cara destapada y pecho descubierto. Era su forma de pintar la “diana etarra” para que sus esbirros supieran a quien atacar con los peores medios, incluso amenazando su vida y la de sus hijos. No tenían, ni tienen, límites en su odio y rencor, hacia todo el que les hace ver sus propias miserias.
Hoy, gracias a las RRSS y a internet, es todo más inmediato, barato y eficaz. Hoy, se le llama “cancelar” a la eliminación del adversario político, que es un eufemismo de “asesinar socialmente” a la persona.
Distintos medios pero la misma cobardía, el mismo complejo de inferioridad, el mismo odio y rencor social. En definitiva estos “dictadorzuelos corruptos” siguen existiendo porque utilizan el populismo que ofrece y promete “soluciones sencillas” a problemas complejos y saben jugar con la ambición y el “espíritu de vasallo” de una mayoría.
Estos totalitarios son un cáncer que la sociedad tiene que extirpar de la vida pública. Nos va el futuro, e incluso la vida, en ello.
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